sábado, 2 de octubre de 2010

Auto-reportaje

Tome la mochila, el cuaderno de apuntes, la grabadora. Prendí la moto, no antes después de varios intentos fallidos.
Hacia mucho que había aprendido a respetar  “los momentos” y con ella era asi. Y en el fondo hasta le gustaba.
Cedía antes sus caprichos. Tenía varios rituales instalados en el juego.
Habría el pase, bajaba la toma y dos patadas. Después sacaba la toma, dos patadas más. Dejaba pasar dos minutos, bajaba la toma y le daba una patada firme convencido de que en aquella oportunidad sucedería el milagro… y si no, volvía a repetir todo el procedimiento.
Estaba ya en camino a la casa de “el capincho”, asi le decían. Obedecía su apodo quizás a su aspecto arisco y un poco hostil, o la forma de su barba y pelo, dura y gruesa como el pelaje de ese animal. No lo sabia, pero asi lo llamaban.
Vivía cerca del arroyo, tenía un bote con el cual hacia sus paseos por el mismo. Se lo veía siempre solo y parece que había encontrado en lo más agreste del monte, alguna especie de refugio secreto o lugar en donde pasaba entretenido decía “en compañía de mi mismo” y ahí terminaba la frase. Como si con ello recreara en su mente alguna especie de combinación secreta como a la manera de “abra cadabra” o por el estilo.
Yo estaba haciendo un “trabajo de campo” como le dicen en la jerga. Investigando por alguna especie de impulso propio, costumbres en la vida de las personas y su relación con aquel curso de agua llamado entre los lugareños “el arroyo” asi a secas.
Este personaje sin duda era un buen punto de comienzo, en la intrincada urdimbre de las relaciones sociales.
Él había accedido a mi entrevista si yo accedía a remontar con él en su bote por aquel curso de agua que iba serpenteando entre lo intrincado del monte y por momentos, se abría a lugares mas amplios, donde se veían algunos novillos pastando con su rumiante mirada.
Debo reconocer, que hacia mucho tenia en mente hacer aquel paseo y por algún motivo se había ido aplazando.
Asi que ahora me encontraba disfrutando doblemente del mismo.
Comenzamos a subir el arroyo o sea a remar en contra de la corriente.
El paisaje comenzó a cambiar en forma abrupta y pasamos por alguno de aquellos quiebres del arroyo, a estar en un lugar que ni el mas arriesgado en la imaginación, podía haber imaginado.
Cruzamos como a unos escasos siete metros a un grupo de personas que estaban absortas en alguna tarea como de pesca. También se veía un poco mas lejos un grupo de niños pequeños jugando, a juzgar por sus risas y la forma amistosa en que se entretenían.
El capincho giró su rostro y con un ademán lento de la mano manifestó un gesto de saludo. Que le fue correspondido por los hombres que estaban inmóviles a un costado del arroyo.
Me olvidé de comentar que estas personas, no eran unos de esos tours que se organizan en semana de turismo. De carpa, caña de pescar y radio grabador. No, eran unos seres de piel oscura, tostada por el frió y el sol.
 Estaban casi desnudos, el pelo negro y duro, desprolijo también. Pero había algo en sus ojos que transmitía tranquilidad. Cierto aire de respeto también y un profundo sentimiento de sentirse unido indescifrablemente al lugar.
Algo que venia no de sus cuerpos, sino más bien de todo el conjunto. Cuerpo y paisaje, paisaje y cuerpo componían una forma única de expresión.
Dejamos atrás aquel suceso y seguimos remontando el arroyo, o sea”remando contra la corriente”.
Aún estaba shockeado con lo ocurrido y apenas habíamos cruzado un par de palabras con “el capincho”. Fue cuando me acordé del propósito del encuentro, busqué con mi mano en el bolso la grabadora y en ese momento también descarté el uso de la misma.
Me dije para mis adentros. Si realmente me estaba dejando llevar en el bote, pues entonces que la entrevista se diera en los mismos términos.
Ni grabador, ni palabras que interrumpieran, solo calma, tranquilidad y que “sucediera lo que tenia que suceder”. Y advertí para mis adentros un parentesco de aquella expresión con lo dicho por el capincho. “en compañía de mi mismo”
¿Estaría  ocurriendo algo imperceptible aún a los sentidos?
¿Estaríamos entrando en algún subterfugio de la comunicación?
¡Nada de juegos de la cabecita! Me dije… Deja la atención que se pose sola. Que como los niños encuentre el camino más directo al disfrute.
Mientras… seguíamos ascendiendo.
Sé que el lector va a decir “pará loco, no me verses mas”. Pero, yo tengo que ser sincero con mi experiencia, con lo que me ocurrió. No lo sería si guardo algo de lo sucedido para mi, ¡por miedo! O que se yo, a que los demás crean que soy fantasioso. O que estaba alucinado… ¡no me importa! Dije… y advertí que ya estaba hablando con migo mismo.
¡La pucha! Dije… ¿será algo contagioso?
¡Llegamos! Dijo el capincho y aparcamos en un lugar desde donde se veía un sendero que se metía dentro del monte.
¿A dónde? Pregunté.
Solo tenemos que esperar. Dijo y se puso a armar un pitillo con el tabaco y unas hojillas.
¿Querés, me preguntó? Y estiró la mano…
¡No! le dije…gracias. Y me contuve de explicarle lo malo del tabaco y esas cosas que uno dice. Pero que alguien ya puso por nosotros las palabras adecuadas en nuestra boca.
¿Y vos que crees? Me preguntó el capincho.
¡Qué se yo! Le dije. A esta altura, ¡qué es lo que creo y lo que no!
Y lo miré, advirtiendo que él no me había realizado ninguna pregunta. La pregunta había salido. Pero no sabía si de él, o de mi mismo.
Me quedé mascando un pastito. Esperando igual que él, a que pasara algo.
Se escucharon pasos que venían por el sendero.
De entre las ramas apareció una figura de estatura mediana y de aspecto cuidado. Lucia un uniforme azul pardo, botas y poncho.
¿Buenas?... dijo y miró en mi dirección algo sorprendido.
¡Es de los nuestros! Dijo el capincho.
Extendió su mano hacia mí, y yo le correspondí.
Era una mano grande y firme.
Se retiraron a un costado del sendero y agudicé mi oído para escuchar lo que aquellas dos personas hablaban.
Con gestos preocupados hablaban de “los portugueses” como si fuese un grupo o gavilla de ladrones o que se yo.
Escuché la palabra revolución o algo parecido y habló de un campamento que no logré entender bien.
Después se distendieron, se saludaron con respeto y con la mano en alto y un gesto de la cabeza se despidió de mí.
Desapareció por el mismo sendero que había aparecido.
Volvimos despacio, en silencio. Y ahora si “a favor de la corriente”
Nos despedimos en el mismo lugar que nos habíamos encontrado.
Guiñó un ojo y dijo “suerte con ese trabajo”
tincho

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