viernes, 1 de octubre de 2010

El bar

Llegó a su casa cansado y contento.
Puso agua a calentar para preparar un mate, abrió las puertas que daban al fondo para hacer correr el aire que aún guardaba olor a comida y encierro.
Recorrió con la mirada el jardín repasando en cada uno de los árboles. Estaban a comienzo de la primavera y todos los días era visible el milagro del cambio que se  producía en ellos.
Era una tarde iluminada con un sol tibio y coloraba todo el paisaje de un amarillo, que daba al conjunto un carácter sereno y casi religioso, como esa luz que se trasluce por los vitreau de una iglesia.
Tomó el sillón, los enseres rituales que acostumbraba para esos momentos y el libro que estaba leyendo. Se sentó, abrió el texto y se dejó llevar.

Al otro lado del televisor estaba Alfonso sentado al costado de la estufa, mirando para sus adentros. Con la mirada perdida pensando…
¡La pucha! Dijo…
Volvió la mirada, mientras desde el televisor el informativista repasaba como en un cuento las supuestas imágenes que se habían sucedido.
Las cámaras mostraban varios objetos desparramados y volvía una y otra vez sobre aquel charco de sangre que había quedado como prueba irrefutable de los forcejeos que se dieron en aquel lugar y de la forma violenta como había concluido el incidente.
Alfonso conocía perfectamente ese lugar. Lo frecuentaba casi a diario.
Un pequeño almacén de parroquianos. Dos o tres mesas, algunas sillas ya la borde de caer vencidas por el peso de los años. Y un mostrador antiguo que marcaba el límite de los territorios.
Al otro lado, Pedro, era quién se encargaba de servir los elixires del lugar. Oficiaba en sus múltiples mutaciones como a la manera de un teatro unipersonal encarnando varios personajes.

Levantó la mirada como para tomar distancia de la lectura. Carraspeó un mate y dio vuelta la página.

Alfonso, que aún no atinaba a hacer algo. Repasaba en su mente las últimas imágenes que le venían a la memoria, como en una catarata se proyectaban una a una como diapositivas.
Tenía la certeza de que tenía que actuar, pero no sabía cómo.
Se cambió de calzado, tomó la bufanda, una campera de esas infladas que se usan ahora, su boina y salió a la calle.
Todavía no tenía un circuito armado. Así que lo primero fue ir hasta el lugar donde había sucedido el homicidio.
El bar estaba a unos diez minutos de caminata.
Asi que como quien se da cita a un velorio, cargó algo del espíritu serio y respetuoso que se usa para tales circunstancias.
Lo extrañó no encontrarse con alguien conocido en el camino. Que lo parara y le preguntara. ¿Viste lo que ocurrió en el bar de Pedro? Y ahí ¡zas! Un lote de supuestos. Que estuve con él esta mañana… los consejos ¿Cómo estás acá tan solo hasta tarde? Mira lo peligroso de la calle. ¿No escuchas los informativos? Y cosas por el estilo que la gente suele decir en tales casos.
Cuando estaba a media cuadra y vi el bar, me sorprendió no ver las sirenas o luces destellantes de la policía. Ningún grupo de personas reunidas a la puerta comentando el incidente o tratando de acercarse a las cámaras de televisión, buscando estar ellas en algún pedacito de la realidad que se daba todos los días en aquel submundo.
Porque era difícil no preocuparse por imágenes en donde a diario volaban autos y se ametrallaban a personas. Y minutos después el informativo pretendía que la gente se sensibilizara con lo que le acontecía a otros. Y donde personas y personajes se mezclaban como en un video juego macabro.
Llegó hasta la puerta, tanteó el pestillo y entró al bar. Miró al mostrador.
¿Buenas noches? Dijo Pedro. Y apareció desde un costado. ¿Qué andas haciendo a esta hora? Ya estaba por cerrar. Pero… ¿Qué te pasa? Tas blanco de cara. ¿Te sirvo una cañita? Y me vas soltando esa lengua, que a juzgar por los ojos parece que estas viendo a un finao.

Sintió que golpeaban las manos y una voz que lo llamaba por su nombre.
Cerró el libro con el marcador, puso el mate sobre la mesa y se levantó de su silla.
Cuando llegó hasta el portón, vio que era una vecina que con aire preocupado lo interrogó.
¿No escuchó la noticia?
¿Cuál dijo él?
Lo que pasó acá a la vuelta. En el almacén.
Dos personas a punta de revolver asaltaron el almacén. Y parece que le pegaron tres tiros al pobre Pedro. ¡No se a dónde vamos a parar!
Ahora están los de la televisión. El rubio ese de pelo largo… ¡el nano!
Yo voy para ahí… dijo.
Cerró el portón con la certeza de que tenía que hacer algo. Pero no sabía que… Las imágenes le pasaban por la mente como en una catarata…

tincho

No hay comentarios:

Publicar un comentario